Seamos tolerantes. La tolerancia no es broma.
Aprendamos
a ser tolerantes, en primer lugar, con nosotros mismos. Pero en un
sentido algo especial, en el de que seamos conscientes de que podemos hacer
convivir, dentro de nosotros, ideas que incluso pueden ser contrapuestas,
contradictorias, y que podemos equivocarnos. La tolerancia es actitud, pero
también mucho más: puede tener una importante función epistémica.
Todos
—sin pretender caer en una paradoja del tipo de la de Epiménides-, repito,
todos podemos equivocarnos. También en el proceso: no hay proceso que evite por
completo el error, la equivocación. Las condenas erróneas, los proyectos
inocencia, los falsos positivos, son ejemplos de esto. Ya lo señaló Carnelutti,
el error y el proceso son inseparables. Por eso, de lo que se trata es de
establecer un sistema de precauciones contra el error[1].
Eso es el proceso.
Pero
en el aprendizaje el error adquiere otra connotación, otra tonalidad. Reconocer
el error, identificar la equivocación, actuar ante ella, es parte del
aprendizaje, como también de la investigación. Lo equivocado de hoy puede ser
lo correcto del mañana. Las certezas de hoy, los errores de más adelante[2].
Esto a veces lo aprendemos cuando nos permitimos cuestionarnos y cuestionar
nuestras certidumbres. Ahora o más adelante. Nadie dice que esto sea fácil.
Aprendamos, en segundo lugar, a identificar la o las intolerancias y a examinar la externalidad de nuestra tolerancia (o tolerancias). El desafio es grande ya que muchas
veces nos rodeamos de intolerancia. En redes sociales parece que va rumbo a la
extinción, quizás fruto del anonimato, quizás fruto de otras causas más
profundas. A veces, lamentablemente, también nos podemos llegar a encontrar con
la intolerancia dentro de la facultad o dentro de los tribunales. ¿Sabemos
polemizar con respeto? ¿sabemos debatir sin las trampas del odio que a veces
todos compramos?
Creo, en ese sentido, que tolerancia no es pensar todos lo mismo. Tolerancia —que no es una asignatura— es otra cosa que también tenemos que aprender y ejercer. No es sencillo. Como Borges citando a San Agustín cuando le preguntan ¿qué es el tiempo?, y responde algo así como que «Si no me lo preguntan, lo sé. Si me lo preguntan, lo ignoro»[3]. Esto también se puede decir de la tolerancia.
Busquemos, aún sin tener muy claro la tolerancia (o las tolerancias, o los distintos conceptos de tolerancia), favorecer todo lo que pensamos que puede tener que ver con esto dentro del aula, dentro de los tribunales. La tolerancia es algo de la elegancia que nos va quedando. Concibamos el aula y las salas de audiencia (así como otros lugares que nos interesan) como un espacio de discusión más allá de la mediocridad, de las falacias, de los prejuicios, del grito, del ruido. Hagamos entre todos un espacio para la discusión pública sobre la base de razones y de ideas. A pesar de la conjura de los necios, de la confederación de convencidos, no dejemos morir a la controversia, no dejemos morir nuestra tolerancia.
Sobre esto he hablado también en otras ocasiones llamando la atención acerca de la diferencia entre el proceso jurisdiccional (entendido como juicio institucional) y el juicio paralelo (que se tiene lugar a nivel mediático o de redes sociales). En definitiva, creo que tanto el aula, como el proceso, de algún modo deberían ser una pausa entre tanto conflicto. El conflicto pervive, pero en el proceso busca solución. La idea de pausa puede ser algo paradójica respecto al proceso (que normalmente se asocia con algo dinámico, que avanza, donde se suceden etapas), pero la concibo como algo cultural, como lo opuesto al ruido, a la violencia, a lo irracional. Es esencial para la relación del proceso con la democracia, con la república, con el estado constitucional de derecho. Deberían (deberíamos) ofrecernos la posibilidad pensarnos dentro de estas instituciones, y evaluar y evaluarnos sobre cómo actuamos en estos espacios institucionales para la dialéctica[4], la deliberación y el debate en términos de libertad, respeto, civilidad y tolerancia.
[1] Carnelutti,
F. (1982). La prueba civil. Buenos Aires: Depalma, p. XVIII.
[2] «El crecimiento
exponencial del conocimiento
y de la
literatura disponible induce a profesores, como el Dr. Sydney
Burwell, quien fuera Decano de la Escuela de Medicina de la Universidad de
Harvard, a advertir: “(...) en 10 años estará probado que la mitad de lo que
usted ha aprendido como estudiante de medicina es equivocado, y el problema es
que ninguno de sus profesores sabe qué mitad será” (Sackett, Straus,
Richardson, Rosenberg Haynes,
2002). Hoy se
dice que el
saber médico se
renueva cada 5
arios hasta el 75% (...)». En
realidad la autoría de la cita está disputada, existiendo además distintas
variantes. No obstante, la cita en cuestión se toma concretamente de un
pronunciamiento de la Corte Suprema de Justicia colombiana (sala de casación
civil, Luis Armando
Tolosa Villabona, magistrado
ponente), SC5186-2020, radicación
47001-31-03-004-2016-00204-01,
de 18 de
diciembre de 2020. Cfme., Soba Bracesco, I. M. (2021).
Prueba pericial y conocimiento privado del juez: entre el optimismo y la
deferencia. En Revista De Ciencias Sociales, 1(78). https://doi.org/10.22370/rcs.2021.78.3025
[3] Borges, J.
L., (2019). Nostalgia del latín. En Textos recobrados 1956-1986, Barcelona:
Penguin Random House, p. 219.
[4] Sobre
libertad y dialéctica, libertad y tolerancia, libertad y coincidencia: Couture,
E. J. (2004). El arte del derecho y otras meditaciones. Montevideo: FCU,
pp. 24-25.