Hace un tiempo publiqué en @IgnacioSoba la imagen con el fragmento anterior, que corresponde a un texto de Felisberto Hernández (“Por los tiempos de Clemente Colling”, al cual se puede acceder libremente aquí).
Desgranar el párrafo que regala el autor uruguayo (admirado entre otros por Julio Cortázar, como se deja en claro en muchos sitios por el propio Cortázar, por ejemplo en su prólogo a "La casa inundada y otros cuentos") es una excusa, o una linda trampa, que sirve para volver a referirme a la declaración del testigo como una declaración reconstructiva.
El tema de la crítica a la declaración representativa (visión clásica) y la declaración reconstructiva lo he tratado tanto en mi libro Estudios sobre la prueba testimonial y pericial, como -previamente- en el artículo publicado en la Revista Ítalo-española de Derecho procesal, 2-2019, titulado: "De la declaración representativa a la reconstructiva. Las opiniones de los testigos y el caso del testigo técnico".
Ahora, no nos desviemos, el culpable es Felisberto H. (invito, de nuevo, a que visiten en enlace que les dejé más arriba).
Hay en el párrafo que he elegido, pero también en el resto del cuento, un sinfín de recuerdos principalmente montevideanos que "no se quedan quietos", y van mutando con el tiempo (en el caso, en la mente del autor, en sus palabras, en sus lectores).
Entre el hecho exterior y el momento de la declaración, el tiempo juega un papel relevante. Y luego está el declarante, a quien los recuerdos "reclaman la atención".
Lo anterior puede tener lugar porque el hecho observado no tuvo una duración considerable en el tiempo, sino que fue más bien breve; o se trató de hechos o eventos inesperados que toman por sorpresa al observador que luego se convertirá en testigo; o las condiciones ambientales, climáticas, las distancias, etc. afectan esa misma observación. A veces, la imprecisión se ve potenciada por una combinación de esos y otros factores; como he dicho, por ejemplo, por el tiempo transcurrido entre la observación y la declaración (el tiempo transcurrido puede conducir al olvido o ser utilizado por algunos testigos para “pulir” o perfeccionar determinado relato, convirtiéndolo en ocasiones -aunque no siempre- en menos natural y más inexacto).
Felisberto H. deja en claro que tan absurdo puede ser referir al relato del testigo, de quien recuerda, como una declaración representativa de los hechos pasados (o una declaración histórica, un sucedáneo de los hechos). El testigo no representa, el testigo percibe, construye y reconstruye, interpreta y re-interpreta: surgen las interpretaciones. Se podría decir, quizás con temeridad de mi parte, que estamos ante una cuestión de perspectivismo nietzscheano.
Al decir de González Serrano: "Los intérpretes demandan un privilegio, las interpretaciones por el contrario, fluyen en el mismo sentido de los juegos fortuitos de donde precisamente surgen como elementos de un mundo carente de sustancias, de verdades, de conocimientos últimos.".
La calificación de "muy tontos", "pueriles", no deja de ser una interpretación, fruto de una valoración. Esa interpretación puede no ser la misma, y seguramente no lo sea, en casos de que esos recuerdos tuviesen otros protagonistas, con otras perspectivas (es más, quizás para otros ni siquiera sean recuerdos).
Las valoraciones y las interpretaciones se hacen tanto por la persona (o personas, en casos de co-witnessing) que usa sus sentidos para observar, presenciar, etc., determinados hechos, y luego necesita de sus habilidades lingüísticas para comunicarlos efectivamente, así como por la persona que escucha o lee el relato del testigo (en el caso de las partes o del juez, en el marco institucional del proceso).
También los recuerdos juegan, juegan en la mente, y el olvido juega -total o parcialmente- con ellos. La erosión también afecta las conexiones entre los recuerdos, entre los accesorios, los pueriles, entre los pueriles y los importantes, o directamente entre estos últimos.
Felisberto H. da -sin pretenderlo supongo- una lección de psicología del testimonio cuando señala que los recuerdos protestan contra la "selección" (la palabra es de una técnica perfecta) que de ellos hace la inteligencia.
Es entonces, y terminamos, cuando volvemos a detenernos en la importancia de las interpretaciones : reaparecen sorpresivamente, como pidiendo "significaciones nuevas" o "intencionando todo de otra manera" (con ello no quiero decir opiniones extrañas a los hechos, pues hay allí, en el terreno jurídico, toda una biblioteca para el debate).
En definitiva, la mirada hacia atrás de nuestros testigos -ninguno de ellos como Funes (sobre el que espero volver en otra oportunidad)- es mucho más creativa, mucho más interpretativa, dinámica, evolutiva o constructiva que lo que se pensaba hace algunos años.
Dedicado a Luis Mardones