I. Una historia de dragones
«En mi garaje vive un dragón que escupe fuego por la boca».
Supongamos (…) que yo le hago a usted una aseveración como esa. A lo mejor le gustaría comprobarlo, verlo
usted mismo. A lo largo de los siglos ha habido innumerables historias de
dragones, pero ninguna prueba real. (…)
Yo le llevo a mi garaje. Usted mira y ve una escalera, latas de
pintura vacías y un triciclo viejo, pero el dragón no está.
—¿Dónde está el dragón? —me pregunta.
—(…) está aquí —contesto yo moviendo la mano vagamente—. Me olvidé
de decir que es un dragón invisible.
Me propone que cubra de harina el suelo del garaje para que queden
marcadas las huellas del dragón.
—Buena idea (…), pero este dragón flota en el aire.
Entonces propone usar un sensor infrarrojo para detectar el fuego
invisible.
—Buena idea, pero el fuego invisible tampoco da calor.
Sugiere pintar con spray el dragón para hacerlo visible.
—Buena idea, solo que es un dragón incorpóreo y la pintura no se
le pegaría.
Y así sucesivamente. Yo contrarresto cualquier prueba física que
usted me propone con una explicación especial de por qué no funcionará.
Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre un dragón invisible,
incorpóreo y flotante que escupe un fuego que no quema y un dragón inexistente?
Si no hay manera de refutar mi opinión, si no hay ningún experimento concebible
válido contra ella, ¿qué significa decir que mi dragón existe? Su incapacidad
de invalidar mi hipótesis no equivale en absoluto a demostrar que es cierta.
Las afirmaciones que no pueden probarse, las aseveraciones inmunes a la
refutación son verdaderamente inútiles, por mucho valor que puedan tener para
inspirarnos o excitar nuestro sentido de maravilla. Lo que yo le he pedido a
usted que haga es que acabe aceptando, en ausencia de pruebas, lo que yo digo.
Este es el famoso comienzo del capítulo décimo del libro El
mundo y sus demonios. La ciencia como una luz en la oscuridad, de Carl
Sagan (1995). El capítulo se titula «Un dragón en el garaje». La historia de
Sagan pienso que puede ser útil para hablar, de una manera menos convencional,
acerca de la prueba. Y eso gracias a una historia de dragones.
De esta historia
podemos sacar ideas para varios temas interesantes, pero que no pretendo tratar
aquí. Desde la carga de la prueba, hasta los peligros de las omisiones
probatorias, pasando por la relación entre la carga de alegación o afirmación
(teoría de la sustanciación mediante) y el ofrecimiento de prueba. Lo que
afirmamos, y más en tiempos de posverdad[1],
tenemos que probarlo.
Desde el punto de
vista de nuestra disciplina, no podemos dejar que lo que suceda en el proceso
sea un mero acto de fe. Tampoco podemos dejar que el proceso sea un espacio para
que la charlatanería ande a sus anchas. Debemos pensar el proceso como un
instrumento, una tecnología, una institución o como un ecosistema para la
adopción de decisiones que se aspira que sean racionales, más allá del impacto
que las emociones, la intuición, los heurísticos, etc., puedan tener en todo
esto.
II. Una
historia de peces
«Están dos peces nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo nadando en sentido contrario, quien los saluda y dice, “Buen día muchachos ¿Cómo está el agua?” Los dos peces siguen nadando hasta que después de un tiempo uno voltea hacia el otro y pregunta “¿Qué demonios es el agua?”»[2].
Inspirados en esto que dijo David Foster Wallace en la apertura de su famoso discurso de 2005 en la Universidad de Keyton; pienso que para estudiantes, docentes, abogados, jueces, juristas en general, la vigilancia epistémica, el pensamiento crítico, así como el escepticismo es el agua en que nadamos.
En 2021 el gobierno francés convocó a una comisión de expertos que, al año siguiente, entregó un informe titulado «La Ilustración en la era digital»[3]. La ilustración, el enciclopedismo, el pensamiento filosófico prerrevolucionario francés marcó, sin duda, la historia universal, fundamentalmente en occidente. Incluso se suele identificar el siglo XVIII como el siglo de las luces. Hoy se podría decir que algunas de esas luces brillan más que nunca, mientras que, al mismo tiempo, muchísimas otras se apagan o más que iluminar, contaminan. El minúsculo cerco de luces del que nos hablaba Carnelutti en una de sus famosas frases (fuera del cual todo es tinieblas), en algunos casos parece todavía más minúsculo[4].
Esa comisión convocada en Francia se integró con catorce expertos de diferentes especialidades reunidos para comprender y abordar mejor los peligros que la tecnología digital plantea a la democracia.
Allí se expresa que los seres humanos están dotados de dispositivos de vigilancia epistémica que desarrollan durante gran parte de su vida, y que eventualmente les permiten evaluar la información, incluso detectar información engañosa.
Desarrollan, además, la idea de pensamiento crítico (al que muy a menudo referimos en la Universidad), ofreciendo conceptos muy claros que me gustaría compartir con todos ustedes. Dice esta comisión de expertos: «Existen varias definiciones de lo que se entiende por “pensamiento crítico” ... Su denominador común es definirlo como la capacidad de evaluar correctamente los contenidos y las fuentes de información a nuestra disposición para mejorar nuestro juicio, razonar mejor o tomar mejores decisiones. Evaluar la calidad epistémica de una información implica determinar si tiene altas probabilidades de corresponder a la realidad y, por lo tanto, si merece nuestra confianza. Así, podemos definir el pensamiento crítico como la capacidad de confiar con criterio, tras evaluar la calidad de la información, las opiniones y los conocimientos a nuestro alcance, incluso los propios».
La filosofía en general hace al pensamiento crítico. Pero de
particular interés me resulta el escepticismo. Enseña Ferrater Mora que el
vocablo «escéptico» significa originariamente «el que mira o examina
cuidadosamente». El escepticismo ha presentado muchas variantes. Para Burke
(2024, p. 41) los escépticos buscaban «examinar los argumentos a favor y en
contra de una creencia determinada, sin emitir juicio hasta obtener los
conocimientos necesarios», añadiendo que: «Para ser precisos, hay dos tipos de
escépticos: los escépticos «dogmáticos», que están seguros de que no se puede
saber nada, y los escépticos «reflexivos», que no están seguros ni siquiera de
eso».
Los escépticos han planteado la necesidad de la suspensión del juicio (en griego, epojé). Un estado mental en el que ni afirmamos ni negamos. Hoy en el entorno digital esto es más necesario que nunca. Debemos ocuparnos de la vigilancia epistémica, del pensamiento crítico, y debemos pensar cómo gobernamos nuestro contacto con las herramientas digitales a nuestro alcance; por cómo reaccionamos frente a esa marea de información que se encuentra en internet; o por cómo interactuamos desde hace algunos años con las inteligencias artificiales de tipo generativo.
Sucede que en el entorno digital aquellos dispositivos nuestros que nos permiten razonar y descartar fuentes de información dudosa compiten con otros muchos que nos incitan a creer con demasiada facilidad y a dejarnos engañar: «nuestras mentes se ven fuertemente tentadas a aceptar ideas que son plausibles y que no implican costosos procesos analíticos. Nuestra predisposición a la desinformación proviene en parte de una forma de avaricia cognitiva»[5].
Tanto en la enseñanza universitaria como en la litigación, tenemos que evitar la deferencia y las posiciones acríticas. Se debe partir de reconocer nuestras ignorancias, nuestras limitaciones. Necesitamos herramientas para entender, entre otras cosas, que respaldo empírico tienen las generalizaciones que utilizamos. Nos tenemos que entrenar para mejorar nuestros juicios, mejorar nuestras decisiones, para ir más allá de la intuición.
Sabemos —como jueces, litigantes, estudiantes, académicos— que no podemos evitar el contacto con la tecnología, el contacto con la información disponible en internet, el contacto con la ciencia, el contacto con los expertos. Pero el derecho procesal debe regular cómo sucede ese contacto en el proceso, en los tribunales; debe ofrecer garantías; debe ofrecer un mínimo de calidad en el debate, en la deliberación.
Enseñar a razonar la prueba puede ser arduo, más con los desafíos que despliega la tecnología, pero es necesario. Probar puede ser engorroso, pero también ha sido, es y será necesario.
Dedicado a todos aquellos que cuentan historias y a quienes todavía quieren escucharlas, en especial a los niños y niñas.
[1]
Según el diccionario de la lengua española, de la Real Academia
Española, posverdad viene de pos- y verdad, trad. del ingl. post-truth,
y se la define lexicográficamente como la «Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad».
Para Blanco Alfonso (2020, p. 170): «…una delimitación conceptual entre
noticia falsa y posverdad nos ayudará a comprender adecuadamente ambos
fenómenos que, si bien son yuxtapuestos, aluden a realidades de naturaleza
diferente: una noticia falsa o fake news es un mensaje con apariencia de
noticia periodística que, sin embargo, ni se procesa ni se distribuye por los
cauces convencionales del periodismo. Se trata de una realidad contable y
segregable, al contrario que la posverdad o post-truth, concepto que
apela a una realidad intangible al denotar un contexto o clima social en el que
las emociones tienen más fuerza que los hechos demostrados en la configuración
de la opinión pública».
[2]
Foster Wallace, D. (2005/2021). Esto es agua (traducción Robles Gastélum, P.).
Recuperado de: https://circulodepoesia.com/2021/06/esto-es-agua-texto-de-david-foster-wallace/
[3] Recuperado
de Élysée (Presidencia de la República de Francia): https://www.elysee.fr/admin/upload/default/0001/12/0f50f46f0941569e780ffc456e62faac59a9e3b7.pdf
[4]
«(...) el juez está en medio de un minúsculo cerco de luces, fuera del cual
todo es tinieblas: detrás de él el enigma del pasado y delante, el enigma del
futuro. Ese minúsculo cerco es la prueba» Carnelutti (1982, p. XVIII). Como he
expresado antes: «algunos dirán que por la prueba corre luz. Luz insuficiente,
tenue o fuerte según las circunstancias. Una luz que le permite a las personas
trabajar en el proceso, hacer cosas, incluso decidir» (Soba Bracesco, 2024, p. 15).
[5]
Recuperado de Élysée (Presidencia de la República de Francia): https://www.elysee.fr/admin/upload/default/0001/12/0f50f46f0941569e780ffc456e62faac59a9e3b7.pdf