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Enseñar el derecho como literatura fantástica

Cuando Manso le pregunta a Borges por qué en Tlön no menciona a los juristas, Borges le responde: «…Los juristas probablemente hubieran diseñado Tlön de otra forma. Pero ¿usted cree que los juristas tienen fantasía para crear un Tlön? ¿Cree que los juristas se han dado cuenta de que su forma de organizar el mundo también es una obra metafísica, una ficción?». Cfr., Tamm, D. (2016). Borges para juristas (p. 31). En Calvo González, J. Borges en el espejo de los juristas. Derecho y literatura borgeana. Cizur Menor: Thomson Reuters Aranzadi. 

…los abogados modernos son, en realidad, poderosos hechiceros. La principal diferencia entre ellos y los chamanes tribales es que los abogados modernos cuentan relatos mucho más extraños. Cfr., Harari, Y. N. (2018). De animales a dioses. Breve historia de la humanidad. Montevideo: Debate, pp. 41-42.

- I -

La profesora

A través de algunas disciplinas, como la historia, podemos conocer diferentes momentos de lo que suponemos es el pasado y, ahora también, del espacio. En uno de esos momentos conocimos Tlön, pero este mundo no es Tlön. No es otro mundo, es el mundo en otro universo. 

Allí había un país (que quizás era el mundo) en el cual casi no había juicios. La legislación no era compleja, ni estaba plagada de contradicciones (acaso, ¿era legislación?). Los Códigos, fruto de sucesivas reformas, se habían aproximado a lo perfecto, no había en ellos nada que fuera morralla. “Ripio” no estaba en sus diccionarios. Cada tanto las personas -individuos de la especie de ese mundo- que allí habitaban planteaban algún problema. En caso de iniciarse un juicio, sabían que el mismo no daría lugar a discusiones formales. Se litigaba de buena fe. Todo lo que era inútil se sabía inútil y se evitaba. Todo parecía tener una duración razonable y funcionar de acuerdo a lo esperado. En las sentencias no había forma de cometer errores. Si alguna vez alguien se equivocaba, el error se enmendaba.

Una vez una profesora de Derecho, ante unos pocos estudiantes que ese año egresarían, culminó su curso imaginando un mundo con una legislación complicada, con contradicciones e incoherencias. Una legislación que esperaba por reformas que nunca llegaban. No había cuestión que no accediera a las cortes o tribunales. Hubo que inventar una palabra para poder decir que todo se “judicializaba”. Alguien una vez dijo: “yo haré un juicio, en el que pediré absolutamente nada” (aunque al principio dudaban, todos creían que, en algún momento, lo ganaría). En las facultades se describía al proceso como un gran y amenazante laberinto, en donde siempre había alguien que parecía querer jugar con el tiempo de los demás. Las carreras de Derecho duraban, por cierto, muchos años. Todo se litigaba, las personas -individuos de la especie de ese mundo- no sabían solucionar sus problemas de otra manera. El juicio era una guerra. Los problemas no se resolvían, se multiplicaban. 

A la profesora no la entendieron. Ya casi no había estudiantes, ya casi no había abogados. Su ejemplo era indudablemente extraño, nada parecido a lo que se decía en las pocas páginas que tenían los manuales o libros de Derecho. 

Se dice que, al poco tiempo, la despidieron. Por delirante, se supone le dijeron “desde más arriba”. Nunca la defendieron.

- II -

El Profesor

Era un momento especial, por lo ceremonial. El museo (la antigua facultad) se había abierto para la ocasión. La cita, infrecuente, era presencial. 

El día de su jubilación, un entrañable profesor, de los pocos que quedaban, dictaría una conferencia titulada: “Los riesgos de la Inteligencia Humana en la justicia”. 

A varios les sorprendió el título elegido para la conferencia, pero era algo que se le permitía, antes de retirarse, por lo que había sido su trayectoria y por lo que era su reputación.

Con atrapante elocuencia y respetable estilo, dijo: si pueden, imaginen un sistema de justicia basado en la “Inteligencia Humana”. Supongan su destino en mano de personas que, atrapadas en los límites de su capacidad, no pueden dejar de cometer errores. Jueces discrecionales, que para decidir tienen que valorar. Jueces con emociones. Jueces con prejuicios, sesgos, estereotipos. Jueces que se podrían ver sometidos a presiones. 

Clara y enfáticamente, concluyó que plantearlo significaba -al mismo tiempo- resolverlo. La tarea de juzgar, si es que ese término es correcto, no puede tener rostro humano. 

La única profesora capaz de encontrar un matiz en lo que se estaba escuchando (y con quien probablemente hubiera polemizado), ya no estaba. Con el tiempo, nadie lo recordó, pero en ese momento todos rápidamente aplaudieron y coincidieron.

Nadie en el museo sabía bien qué hacía o qué era un profesor.

IMSB



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Ignacio M. Soba Bracesco
Profesor de Derecho procesal en carreras de pregrado y posgrado en distintas Universidades de Uruguay e Iberoamérica. Doctor en Derecho por la Universidad de Salamanca. Autor, coautor y colaborador en diversos artículos, ponencias y libros de su especialidad, tanto en el Uruguay como en el extranjero. Expositor, ponente y relator en Jornadas y Congresos. Coautor de la sección de legislación procesal en la Revista Uruguaya de Derecho Procesal (2007 a la fecha). Integrante de la Comisión Revisora del Código Modelo de Procesos Administrativos para Iberoamérica. Miembro de la International Association of Procedural Law. Miembro del Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal. Presidente honorario del Foro Uruguayo de Derecho Probatorio y Director de su Anuario. Co-Coordinador Académico en Probaticius. Miembro Adherente del Instituto Panamericano de Derecho Procesal. Miembro Fundador de la Asociación Uruguaya de Derecho Procesal Eduardo J. Couture. Integrante del Instituto Uruguayo de Derecho Procesal. Socio del Colegio de Abogados del Uruguay.